Torcuato Luca de Tena
jueves, 15 de marzo de 2012
Edad prohibida.
El agua tenía vida. No se estaba quieta. Respiraba. Ya sabía él que existían las olas; ¡pero las había imaginado de tan distinta manera! Anastasio pensaba que la superficie del mar se movería, como las ramas de los árboles, con la fuerza prestada del viento. Pero nunca con aquel poder propio, con aquel mágico y ruidoso respirar. Y ahora, ante sus ojos, se producía el milagro -lo estaba viendo- de ese vaivén del mar que se acerca en un tirabuzón de espuma blanca que parece va a arrollarlo todo y se retira después como si unos hilos invisibles y poderosísimos tiraran del agua para devolverla a su seno. Y así una vez y otra vez. Las olas se acercaban a la teirra de tres en tres, pues cuando rompía la primera, ya la segunda avanzaba para imitarla y una tercera comenzaba a formarse. Y al romperse, un rumor sordo como un ronquido sonaba de parte a parte de la bahía.
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